18.04.24

18 abril, 2024 § Deja un comentario

Es posible que la edad sea el factor desencadenante. Es posible que haya un componente congénito detrás de esta profunda desesperanza, un componente que los años activan de modo, casi diría, inexorable.

Pese a todo, no puede ocultarse la evidencia que presenta nuestro tiempo: terroristas honorables, caridad prostituida, una fealdad viscosa que inunda las ciudades: desde las grandes avenidas a la profundidad de las consciencias. El ruido interminable que emiten las gargantas, inflación de lugares comunes, tópicos absurdos convertidos en índices indudables de una verdad trastornada y malherida. Alguien ha descrito el cuño personal de nuestro tiempo: imbéciles y malos. La atmósfera social genera esa tortuosa condición: un ser humano estúpido y perverso, rostros indecentes adoptan gestos lascivos, el belfo inflamado por el bótox y la voz estridente, que pronuncia sandeces mientras adopta el aire de una sabiduría depravada.

Ante mis ojos la osamenta calcinada del mundo, un horizonte arruinado y tomado por una moral siniestra. Y tienes hijos, que no puedes defender. Conservas el elemento de la vieja condición humana, para ver como los devoran alimañas a la orden del día, como los abrasa la sucia pedagogía, como los consume el légamo publicitario y los hastía la industria educativa. Puedes servirles de modelo, asumir con entereza tu propia demolición. Puedes dar testimonio, si tienes el valor del mártir. Es ésa toda la defensa y te sabes impotente. Si pudieras arrancarte de las sienes la memoria, si pudieras descuajar el corazón de la tierra en la que anida, si pudieras desprenderte de tu vida y conceder la victoria al día de hoy, entregar el óbolo a tu tiempo, deshacerte de esa rigidez que te impide quemarte las pupilas para no ver más, para no respirar más el insalubre aire del presente. Si pudieras ser nada con la nada. Si pudieras ser, como tantos, inteligente. Inteligente hasta la astucia esencial del que antepone la supervivencia a esta dignidad envilecida.

Si es verdad que Dios me grita y me niego – del modo más miserable – a afrontar la gran guerra de la realidad: ¿Por qué no tolero la oscuridad de esta existencia corrompida? Algo indica que no me he rendido, pero también que no sabré encontrar el camino de la Vida.

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