Recursos Humanos.

10 septiembre, 2013 § 1 comentario

Vengo reiterando aquí la urgente necesidad actual de una filosofía potente, lo que presupone el desarrollo de los saberes «panorámicos» o de segundo grado, de naturaleza polémica o dialógica, a los que el sonoro título de «filosofía» vino nombrando tradicionalmente. Necesidad perentoria que se hace patente, no ya en los aulas más o menos silenciosas de las universidades o en los gabinetes de los académicos – si los hubiera -, sino en los lugares de actividad frenética y, según su propio concepto, eficazmente productiva. No ya en los lugares de decisión en los que el gobierno ha de ejercer su función, sino en los más humildes rincones de la empresa, la familia y el mercado.

Conozco la valiosa obra de algunos filósofos de nuestro tiempo y también su pugna por  intervenir y orientar la actual acción político-económica.  Sólo contando con esas amplias arquitecturas se puede responder a problemas, que los agentes de pretendidas ciencias y técnicas modernas quieren a menudo despejados y libres de filosofías. Sobre esta base pueden, no sólo abordarse realmente unos problemas que la irresolución e impotencia de esos agentes a menudo multiplica, sino que puede darse razón de la misma actitud despreciativa de la condición de la filosofía que padecen dichos técnicos y científicos (sobre todo de las ciencias y técnicas sociales o humanas pero también de las ciencias físico-matemáticas).

En numerosos puntos de la existencia diaria del ciudadano, o del consumidor, o del trabajador (que de distintos modos, aunque conjugados, se concibe al hombre moderno) se hace visible la urgente necesidad de un cierto dominio de esos saberes filosóficos. La impericia a este respecto por parte de la llamada ciudadanía, incluso su desdén ignorante, encierra un peligro creciente. Una ignorancia, hay que añadir, proporcional a la pedante vanidad de muchos usurpadores que, procedentes del llamado «mundo de la cultura», ocupan pero no ejercitan el citado título tradicional de «filósofos» en alguno de sus recientes avatares: «intelectuales», «escritores»… Dejemos a un lado las razones de esa ignorancia en medio de la educación universal y del neurótico afán de formación que hoy padecemos.

De entre las ciencias y técnicas en las que se sufre especialmente el citado desprecio y sus arriesgadas consecuencias acaso destaquen especialmente las técnicas de administración y gestión del capital humano. Sobre el hombre y/o el mundo se busca aplicar técnicas de optimización de su rendimiento productivo. Pero semejante proyecto supone la completa naturalización del ser humano, su reducción perfecta a un elemento de la realidad física, un contenido de la naturaleza. El programa que sostiene esa neutralización de toda dimensión metafísica puede situarse en el núcleo del proceso de modernización que desde la Europa triunfante y reformada ha irradiado al resto del mundo.

Ahora bien, su recurrente y sostenido fracaso tiene detrás la imposibilidad de reducir a un contenido de la realidad a aquello que resulta ser fuente de la misma. Un punto crítico – entre tantos – a modo de ejemplo: los esfuerzos por medir la fatiga laboral, que tienen más de un siglo y se multiplicaron en el período bélico, 1914 y 1945,  se vieron conducidos a una aporía cuyo simple planteamiento habría hecho necesario acudir a un lenguaje metafísico que repugnaba a fisiólogos, ingenieros y otros analistas – pretendidamente científicos – de la fatiga. Ante la imposibilidad de definir – en algún sentido positivo – dicha fatiga se optó por retirar el término acudiendo al ambiguo concepto de salud.  Procedente de ese latín – salus – que dice equilibrio orgánico o normal ejercicio de las funciones biológicas, pero contiene también la noción de un estado de gracia espiritual: salvación. Todo ello, sin embargo, con total inadvertencia de las enormes dificultades de la pretensión de análisis científico de la naturaleza y condición del trabajo humano.

El que fuera fundador de la escuela de relaciones humanas en el marco de la sociología industrial,  George Elton Mayo, alude en un trabajo hoy olvidado – The Human Problem of an Industrial Civilization – al recorrido de ese esfuerzo de comprensión reductiva – verdadera compresión – que, sin embargo, muy pronto conoce sus límites.

En las condiciones del importante esfuerzo productivo que supuso la guerra, se funda en 1915 el Health of Munition Workers Committee (Comité para la salud de los trabajadores de la industria bélica). Se atiende a los ritmos y condiciones de trabajo que permiten optimizar el rendimiento del valioso recurso humano que, al parecer junto a otra suerte de recursos, conforman la máquina productiva. Basta recordar que los accidentes industriales con su oneroso coste económico-social se redujeron a más de la mitad merced a la simple reducción de la jornada de 12 a 10 horas diarias, para un importante grupo de mujeres que trabajaban en la industria de munición.

El final de la guerra traería la disolución en 1917  del Comité para la salud de los trabajadores de la industria bélica, pero daría paso a la idea de extender su ámbito de estudio más allá de las duras condiciones de trabajo que supuso el esfuerzo bélico. De la convergencia de intereses del Medical Research Conuncil y del Department of Scientific and Industrial Research surgiría una institución determinante para el posterior desarrollo de los estudios de sociología industrial y, en particular, del enfoque de Elton Mayo. Se trata de la Industrial Fatigue Research Board que – desde 1917 – generaliza los análisis de la industria de guerra al conjunto de la industria en tiempos de paz. Por su parte, en 1921, en Londres se funda el National  Institute of Industrial Psychology con objetivos estrechamente análogos a los de la Junta americana. No en vano uno de sus fundadores –  el Dr. C. S. Myers – era asimismo miembro de la Junta para la investigación de la fatiga industrial.[1]

Ya en los años treinta Mayo señala que el primer acercamiento al análisis de la fatiga industrial resultó en exceso mecánico y simple. Desde una fisiología que podríamos juzgar todavía  casi mecanicista. Una fisiología que, por decirlo con extrema simplicidad, todavía se esfuerza en concebir la fisiología al margen de la acción, como independiente de la conducta y determinante de la misma. El cansancio sería un efecto de la formación de una serie de substancias en el organismo, algunas bien definidas como el ácido sarcoláctico, pero otras lastradas por una gran imprecisión, como las vagamente llamadas toxinas del cansancio. En el seno de este enfoque casi mecanicista se llego a pensar en la posibilidad de desarrollar un fármaco contra el cansancio, fantaseándose con el suministro de ciertas dosis de fosfato ácido de sodio. Esa correlación simple no tardará en ser desterrada, si alguna vez pudo contemplarse con alguna seriedad. En efecto, inmediatamente se toma nota de la cantidad apenas definida de factores – entre sí profundamente vinculados – que intervienen en la producción de fatiga y en la reducción del rendimiento laboral.

Tampoco tendría éxito el esfuerzo por articular tests que permitieran calcular la fatiga industrial. En uno de los primeros informes de la Junta de investigación de la fatiga industrial se había analizado la fisiología del ejercicio estrictamente muscular. El trabajo muscular – indicaban los análisis – genera ácido láctico en sangre, así como en el músculo activo. El ácido láctico es eliminado por el oxígeno que puede no cumplir su función si la actividad muscular alcanza una intensidad crítica, a partir de la que el ácido láctico no puede ser reducido por el oxígeno aportado; en tal caso el sujeto se ve forzado a detener su acción. Estos análisis pretendían establecer ritmos óptimos para el trabajo muscular, velocidad de la acción, pausas de descanso. Pero la ambigüedad es enorme cuando se disponen en continuidad eso que se llama fatiga muscular con eso otro a lo que se llama fatiga mental. Una disposición que hereda toda la metafísica dualista del cuerpo y el alma.

Por lo demás, se supone que en las condiciones del trabajo industrial efectivo no es posible aislar el cansancio muscular, desligándolo – en palabras del propio Myers – de factores tales como la habilidad y la inteligencia. La cuestión es si puede realizarse un aislamiento semejante en laboratorio, dado que – pareciera – que no existe el puro cansancio muscular en ningún sentido dado que, como se conoce perfectamente en los años 20 del siglo pasado, habilidad o inteligencia refieren a actividades de control nervioso superior. Habría sido preciso idear situaciones de actividad muscular libre de toda intervención del SNC. Situaciones que alcanzarían el absurdo y que, desde luego, de ningún modo podrían luego proyectarse a la circunstancia del trabajo industrial efectivo, ni prácticamente a ninguna circunstancia de la vida.

La plena conciencia de la naturaleza holística de la acción habría de manifestar que la palabra “fatiga” esconde realidades de enorme complejidad, que no es posible fragmentar en factores susceptibles de ser aislados.  Charles S. Myers pondrá en entredicho el uso del término “fatiga” luego sustituido por el no menos oscuro más patentemente «metafísico» de salud. Myers escribe:

“Si seguimos usando…la palabra “fatiga” en condiciones industriales, debemos recordar que su carácter es muy complejo, que ignoramos su naturaleza cabal, y que es imposible distinguir en un organismo intacto la fatiga menor de la fatiga mayor y la fatiga de la inhibición, separar el cansancio causado por “actos” violentos del cansancio causado por “actitudes” largamente mantenidas, o eliminar las impresiones de interés variable, excitación, sugestión y otros semejantes”

El término “cansancio” concebido en términos métricos o fisicalistas resulta obviamente absurdo ya en el terreno de la vida animal, pero lo es de otro modo en el orden antropológico. En realidad el término había venido siendo impugnado tiempo atrás. En 1928 E. P. Cathcart en su The Human Factor in Industry escribía:

“Antes de delinear el alcance de la fatiga industrial, el tema del cansancio en sí requiere alguna consideración. Es un término que se emplea con soltura, como el de eficacia, pero a la mayoría de los hombres les será difícil, por no decir imposible, definirlo. La fatiga es una condición fisiológica normal que puede llegar a ser patológica, y este aspecto del problema es el que debe considerarse en primer lugar.  ¿Qué significa la palabra fatiga? ¿Puede medirse el grado de fatiga? Trataremos de contestar primero a esta última pregunta. A pesar del acopio enrome de trabajos realizados sobre el tema, la respuesta es negativa. Aquí, en Glasgow, por ejemplo hemos llegado a la conclusión de que, hasta ahora, no se ha ideado ningún test que pueda permitir evaluar el estado de fatiga de ningún individuo. Y, con los medios de que disponemos actualmente es dudoso que algún día pueda medirse la fatiga”

Y más abajo, en el mismo capítulo:

“¿Y en cuanto a la fatiga industrial? El caso no está más claro que el de la fatiga común[2]. Y, sin embargo, aunque no podemos explicar su naturaleza, es una condición perfectamente reconocida. La mejor definición general, que no nos obliga a ninguna explicación sobre su naturaleza, es probablemente la siguiente: la fatiga consiste en una capacidad reducida para el trabajo. Nadie, absolutamente nadie, discute la existencia real de fatiga entre los obreros industriales, no en su forma excesiva, pero sí como resultado inevitable de la realización del trabajo cotidiano. Si no hay un método directo satisfactorio para determinar el grado de fatiga experimentalmente producido, cuando se encuentran fiscalizados todos los factores concomitantes, es evidente que, en la actualidad, no puede realizarse ninguna prueba directa para determinar la fatiga industrial.”

A casi un siglo de distancia esta comprensión fragmentaria de pretensión científica, sigue vigente y acaso la fragmentación – por otro nombre especialización – haya alcanzado nuevos grados. Lejos de haber hallado salida a las aporías que entonces se manifestaban estamos dejando de tenerlas a la vista, perdidos en una infinidad de informes y estudios que contribuyen a aumentar el ruido y la confusión. Ante una aporía es preciso regresar a los principios y esforzarse por alcanzar otra disposición de los mismos, acaso su misma retirada o reorientación. Habría quizás que empezar por deshacerse de expresiones intolerables del tipo recursos humanos, por no recordar el tecnicismo sin sentido: capital humano. La revolución en los principios puede, por lo demás, seguir numerosas orientaciones algunas de las cuales no han de ser necesariamente progresistas.


[1] Desde 1930 la Industrial Fatigue Research Board pasa a llamarse Industrial Health Research Board. Efecto de la sustitución de fatiga por salud.

[2] La misma distinción que Cathcart establecía entre fatiga industrial y fatiga común carece de fundamento concebida en términos fisicalistas. Ahora bien, si lo que se llama “fatiga industrial” remite a la anomia, hastío, desesperación… derivadas de las condiciones del trabajo en las modernas y maquinales instalaciones productivas, acaso habría que romper ese género “fatiga” no admitiendo la especificación “industrial” y hablar de una realidad de otro género que merecería, por lo mismo, otro nombre.

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